Ascendió hasta coronel, pero luego de volver de una misión en Haití decidió dedicarse de lleno al camino religioso y se convirtió en sacerdote.
Genaro Lusararián tiene 55 años y dedicó la mayor parte de su vida a la carrera militar, ascendiendo hasta coronel, pero a los 45 años, al regresar de una misión en Haití, pidió ser dado de baja.
La razón no fue el miedo, el trauma o la decepción sino el llamado de Dios.
Hace 4 años y medio que es cura y vive con enorme felicidad el vuelco radical que dio a su vida. Genaro se crió en San José, donde su padre estaba destinado como militar, y cursó la primaria en el colegio Sagrada Familia de esa ciudad. Es el segundo de cinco hermanos y el único que heredó la vocación paterna. Con trece años entró al Liceo Militar en Montevideo, por lo que toda la familia se mudó a la capital, y después cursó la Escuela Militar.
“Para mí es una profesión lindísima, llena de mucha humanidad, de mucho respeto, educación, disciplina y la amé desde siempre, realmente la amé desde siempre y hoy la sigo amando”, dijo.
Durante su adolescencia se alejó de la religión a la que había estado vinculado desde pequeño principalmente por la escuela. Pero a los 23 años, cuando era instructor en la Escuela de Suboficiales del Ejército, algo sucedió.
“Me preguntan mucho qué te pasó, qué te pasó a esa edad que, uno piensa te dejó una novia, te pasó algo en la profesión, te asustaste con alguna enfermedad, fue una gracia de Dios. Empecé a sentir que habíamos sido criados a imagen y semejanza de dios, no sé por qué”, relató.
Sólo tres días después de que irrumpiera en su mente ese pensamiento, dos personas, por diferentes lados, lo invitaron a acercarse a la Iglesia Evangélica Armenia.
“Dios va haciendo esas pequeñas trampitas por llamarlo así, te va poniendo distintas personas en el camino y lo tomé como así, que eran mensajes de Dios, invitaciones de Dios”, contó a Telemundo.
Varios meses después, Genaro decidió integrarse a una pequeña comunidad de la Iglesia Carismática de Belén, en Malvín, y, a diferencia de lo que muchos podrían pensar, su profesión de militar no se contrapuso con el camino espiritual que estaba emprendiendo.
“No hubo conflicto en eso, a veces se piensa que ser cristiano, seguir a Cristo, ser su discípulo choca o está reñido con la vida propia del militar. Fui descubriendo cómo se fueron ensamblando mi amor a mi patria, a las tradiciones, al Ejército con el amor a Dios, a su iglesia y al plan divino”, expresó Genaro.
Genaro pudo encontrar el sentido profundo de su tarea como soldado sirviendo a la población y, al mismo tiempo, ayudando a sus compañeros con alguna guía espiritual.
El amor de Genaro por la iglesia nunca menguó, por el contrario, fue creciendo, hasta que en 2004 sintió que debía dar el gran paso de dedicarse de lleno al camino religioso y convertirse en cura. Pero no era fácil dejar atrás la carrera militar que había comenzado a transitar con tan solo trece años.
Cuando en 2004 culminaba su tarea como director de la Escuela de Suboficiales del Ejército, Genaro comenzó a sentir que debía dejar todo para consagrarse a la vida religiosa.
“Pienso que es como cuando uno conoce a la mujer de su vida que la ve o piensa en ella y se pone nervioso, con un nervio lindo, que el corazón palpita de otra forma, y yo pensaba en eso y me ponía como nervioso lindo”, relató.
Debía estar seguro antes de tomar la decisión, por lo cual pidió que lo enviaran a una misión lejos de sus afectos, para pensar con mayor claridad.
“Me voy lejos, a donde quieran que vaya, pidiéndole a Dios que me hablara como a burro. Yo decía ‘señor no me hagas interpretar, deducir, imaginarme, hablame realmente como burro, clarito. Yo dejo todo, vos sabés que yo amo esta profesión, la amé desde siempre, pero la dejo feliz si vos me estás llamando pero hablame claro’. No quería equivocarme”
Fue enviado como jefe de estado mayor al Batallón en Haití, donde permaneció un año realizando su tarea militar pero también brindando consejo espiritual a compañeros y habitantes del país caribeño.
“Me vine convencido de que sí, que dios me seguía llamando a pesar que yo amaba esa vida militar y me sentía pleno en esa función”, confesó.
Al regresar a Uruguay en 2006, ya sin dudas internas sobre su vocación sacerdotal, pasó meses haciendo los ejercicios de San Ignacio de Loyola con un padre jesuita, pero aún no le contaba a su familia sus intenciones de dejar las Fuerzas Armadas.
El primero en enterarse fue su hermano mayor y recién hacia fines de 2007, Genaro comunicó su decisión al comandante en jefe del Ejército.
“Fue una charla muy linda entre el paralelismo justamente, que no parece, que hay entre la vida militar y la vida religiosa. Fue una linda charla, emocionante, me dijo ‘se imagina que en este escritorio también varias veces me encomiendo a Dios porque no es fácil’”, contó Genaro.
Meses después, el Ministerio de Defensa envió la autorización para su pase a retiro y Genaro se fue a vivir al Obispado de la Diósesis de San José, desde donde viajaba todos los días a Montevideo para asistir a la facultad de Teología.
“Me recibieron muy bien y me sentía en parte como en mi casa porque recordaba todo lo de mi infancia, fue una linda experiencia”, relató.
A principios de 2009 y a pedido del obispo de la Iglesia Armenia, Genaro aceptó mudarse a la parroquia armenia de Montevideo, si bien hasta ese entonces no tenía muy presentes sus raíces.
En agosto de ese año viajó a Rroma para ingresar al Seminario Mayor Armenio, donde estudió tres años y medio para regresar a Uruguay como diácono.
“No fue nada fácil pero lo hice con tanta alegría que fue otra confirmación de que Dios me estaba llamando a eso y era mi vida”, comentó el sacerdote.
Genaro se recibió de sacerdote el 22 de junio del 2013 y jamás olvidará su primera misa en la Iglesia de las Carmelitas.
“Celebrar una eucaristía fue más que emocionante, si yo decía voy a celebrar la primera misa y seguro que me muero. Fue lindísimo sí”, contó emocionado.
Pasaron cuatro años y medio de aquella primera misa y Genaro sigue emocionándose con cada ceremonia. Es además capellán en el Hospital Militar, donde valora el hecho de poder acompañar a las personas en momentos difíciles.
“El trato con cada solo, cada triste, cada enfermo, cada familia preocupada, cada madre, cada hijo. Muchas veces uno se va del hospital llorando. No es fácil desvincularse y además hay pacientes con los que uno se encariña también porque están varias semanas internados. Te atrapa sí esa problemática, pero bueno, es parte de la vida del sacerdote”, compartió.
Genaro cree que, con su pasado, Dios formó el sacerdote que es hoy y le dio herramientas para su combate como buen cristiano.