Los científicos creen que los niños aprenden mejor después de eventos imposibles porque estos les impulsan a buscar explicaciones y les obligan a reevaluar lo que pensaban que sabían.
Los adultos suelen estar predispuestos a analizar la realidad en términos de lo posible, imposible, probable o improbable, pero ¿cómo lo piensan los niños?
Cuando somos niños y nos paramos frente a una máquina de juguetes o de caramelos la incertidumbre es total: ¿saldrá el que queremos o no?
Pensar en términos de posibilidades parece ser algo de adultos: sin embargo, una científica estadounidense decidió investigar si los niños de 2 y 3 años manejaban el concepto de posibilidad antes de poder definirla como tal.
Para eso convocó a más de 300 niños y llenó dos máquinas de juguetes: una con objetos rosados y violetas, y otra solo con violetas. Luego asignó monedas a cada uno de ellos para meterla en la máquina y sacar un juguete.
Los niños que vieron que había una mezcla de juguetes de color rosados y violetas y sacaron uno de color rosa, no se mostraron tan sorprendidos, porque aunque había un único juguete de este color, las posibilidades estaban. Sin embargo, para los que usaron la máquina de juguetes violetas y por sorpresa recibieron uno rosado, quedaron atónitos, porque técnicamente no era posible.
Después de recibir sus juguetes, a todos los niños se les dijo el nombre del juguete (una palabra inventada) y al rato se lo preguntaron. Así, los niños que experimentaron el escenario imposible, recordaron el nombre y aprendieron mejor que el resto. Sin embargo, los niños que no experimentaron ningún escenario imposible, tuvieron menor impulso en su aprendizaje.
Los científicos creen que los niños aprenden mejor después de eventos imposibles porque estos les impulsan a buscar explicaciones y les obligan a reevaluar lo que pensaban que sabían, pero además comprueban que desde la primera infancia los individuos podemos pensar en conceptos de posibilidad.