7 de octubre, el día que aún no terminó: a un año de los ataques de Hamás en Israel

Mientras viven una guerra en varios frentes, los israelíes continúan el duelo por los ataques de Hamas y esperan con angustia por sus secuestrados; crónica de Telemundo, que recorrió el país junto a varios medios latinoamericanos.

Por Federico Sierra 

La escena ocurre en una esquina céntrica de Kfar Saba, a 23 kilómetros al noreste de Tel Aviv, pero podría verse en otra ciudad de Israel. Un grupo de mujeres llega con una bolsa con varios carteles y se instala en el lugar. En los cartones, se exhiben las caras y los nombres de personas secuestradas por Hamás el 7 de octubre de 2023. Varias personas se acercan, eligen uno de los carteles y en silencio, los muestran a peatones y automovilistas.

Entre ellos, llega una mujer canosa, con un largo vestido verde y muestra el rostro de Eden Yerushalmi, una joven de 24 años secuestrada hace un año en la fiesta Nova y asesinada a fines de agosto junto a otros cinco rehenes. Está conmovida. “Son nuestros chicos”, dice. “Yo tengo tres nietos”, y se quiebra. Cuando se le pregunta si conoce a alguno de los secuestrados -es difícil encontrar en Israel a alguien que no conozca a alguna persona víctima de alguna forma de los ataques del 7 de octubre- dice que no, y responde casi enojada: “¡Eso no importa! ¡Hay gente de esta ciudad allí! ¿Viste el memorial?”. Lo dice en referencia a un muro con la pintada de seis secuestrados de la zona, entre ellos dos argentinos.

Y entre lágrimas, continua: “Vine de Europa hace 60 años, vine porque no hay un lugar seguro para nosotros, porque aquí era un lugar seguro. ¡Y ya no lo es! ¿Cómo puede ser? ¿Es que nadie nos quiere?”.

Esa sensación de angustia es la que atraviesa hoy a Israel, un país que ha convivido con guerras más o menos frecuentes desde su propio origen, con vidas acostumbradas a una rutina entre sirenas y bombardeos semanales desde cualquier frontera pero que no estaba preparado para lo que ocurrió el 7 de octubre de 2023, hace hoy un año: que cientos de terroristas ingresaran al territorio, se metieran en casas, asesinaran, violaran, prendieran fuego y mutilaran a tantas personas como fuese posible y se llevaran secuestradas a otras 251, entre niños, mujeres y hombres.

Ya pasó un año pero la herida está abierta y sangra. De hecho para muchos israelíes es un día que "aún no terminó". El 7 de octubre ha provocado -además de muertes y ausencias- un trauma que está presente en todos lados. No hay nadie en el país que no recuerde qué estaba haciendo cuando comenzaron a sonar las sirenas ese sábado de mañana. Había misiles, miles de misiles, pero esta vez era diferente.

Buena parte de la sociedad se pregunta qué falló ese día, cómo uno de los sistemas de seguridad más tecnificados del mundo no pudo con un ataque primitivo y rústico y señalan que el Ejército demoró demasiado en reaccionar esa mañana fatídica. Hay una investigación abierta por ese tema.

Mientras, los familiares de las víctimas siguen sin poder asumir el horror que les tocó vivir y quienes tienen seres queridos secuestrados en Gaza continúan esperando por los suyos.

Más allá de todos los testimonios e historias, la brutalidad y crueldad de los ataques están registrados en cientos de archivos audiovisuales, de cámaras de seguridad, del Ejército y de los propios terroristas. Israel no exhibe el material a los ciudadanos de su país, pero varios periodistas extranjeros han podido comprobarlo. El lunes 7 de octubre de 2024, el gobierno se enfrascó en una dura discusión interna para determinar quién es el responsable de que las imágenes no se difundan. Hay ejecuciones a sangre fría con armas de fuego, cuchillos, navajas, palas, hachas. Hay diversión y festejo entre los asesinos, que arrastran cadáveres como bolsas y los siguen golpeando, disparando tiros, celebrando. Hay citas religiosas, hay llamadas telefónicas a madres para contarles con orgullo cuántos judíos han muerto en sus manos.

El gobierno respondió con ataques a Hamás en Gaza y la guerra ha dejado miles de muertos en el sur, terroristas y civiles, además de militares. ¿Cuántos? Nadie lo sabe a ciencia cierta, Hamás da cifras que Israel niega. Las muertes de civiles, asegura el Ejército, buscan evitarse siempre, pero ocurren. Entre la población israelí, hay quienes entienden que lo que ocurre allí es parte de la guerra que iniciaron, y si el problema es Hamás, deberían solucionarlo. Otros lamentan que la población civil de Gaza, que ya sufría a Hamás, ahora tenga que sufrir la destrucción de la guerra. “Están peor que nosotros”, comenta un hombre israelí desplazado de su hogar en el norte, en la frontera con el Líbano.

Es que desde el 8 de octubre, se recrudecieron también los ataques allí  por parte de Hezbolá, lo que derivó en miles de desplazamientos. Una guerra -otra guerra, o la misma- que en las últimas semanas llegó a la máxima tensión, al ingreso directo de Irán con bombardeos masivos.

Y mientras, en las calles, la gente se pregunta -y le pregunta a un periodista extranjero cada vez que lo identifican como tal- cómo es posible que buena parte del mundo no comprenda que ese 7 de octubre, Israel fue atacado sin piedad por terroristas, que solo buscaron la muerte por odio. Hay angustia, incomprensión y perplejidad en las calles de un país que, aunque sigue funcionando, vive lo que muchos califican como el momento más delicado de su historia.

"Creía que había gente buscando paz"

Los ataques ocurrieron en el sur del país. Desde la Franja de Gaza unos 3.000 terroristas incursionaron en territorio israelí por aire, mar y tierra. Primero llegaron misiles, pero luego cruzaron la frontera en parapentes y por tierra en camionetas, motocicletas, camiones y máquinas excavadoras.

Un año después, la mayoría de los kibutzim atacados están cerrados: no se puede ingresar. Esa decisión se consolidó cuando muchos vieron con indignación que algunos influencers de redes sociales los utilizaban como escenarios para posteos.

Otros, en cambio, abren sus puertas a medios internacionales. Quieren que a través de periodistas, el mundo vea que la masacre que sufrieron realmente ocurrió. Uno de ellos es Kfar Aza, donde Telemundo pudo ingresar junto a varios medios latinoamericanos. Dentro del kibutz también hay reglas: hay familias que piden que sus casas no se muestren. Otras, en cambio, entienden que es necesario.

En Kfar Aza los periodistas son recibidos por Zohar Shpak, uno de los referentes del lugar. Junto a decenas de personas forma parte de un grupo de gente que se encarga de que la comunidad siga viva. Nadie volvió a su hogar, pero hay que mantenerla funcionando.

Shpak habla firme con una mezcla de tristeza, simpatía y resignación. Cuenta que él, como muchos habitantes de la zona, es - o era - un activista por la paz. Viajaba tres veces por semana a la frontera de la Franja de Gaza para trasladar palestinos que necesitasen atención médica a hospitales israelíes. “De alguna manera creía que del otro lado había gente buscando la paz”, dice. Hoy cree que “todos en Gaza de alguna manera” están involucrados. Para reafirmar su idea, recuerda que el plan de Hamás tuvo la colaboración de cientos de personas que trabajaban en los kibutzim durante años.

Shpak no es un caso aislado: varios de los kibutzim atacados eran habitados por militantes sociales de izquierda, activistas por la paz.

Shpak habla a pocos metros de la reja que limita el kibutz y al fondo se puede ver la Franja de Gaza. Por encima de esa reja pasaron tres terroristas en parapentes en la mañana del 7 de octubre. El fotógrafo Roee Irán los vio y alcanzó a fotografiarlos, antes que lo asesinaran junto a su esposa. Esa reja, además, fue tirada abajo cuando cientos de integrantes de Hamás ingresaron.

Los terroristas tomaron control absoluto del lugar durante horas. Algunos integrantes de los grupos de defensa los enfrentaron, pero la masacre no se detuvo. Quemaron familias enteras dentro de sus casas, mataron gente a tiros o golpes, utilizaron bebés como carnadas: una vez asesinados sus padres, los dejaban llorando para llamar la atención de vecinos, que se acercaban a salvarlos pero solo encontraban la muerte.

Algunas de las viviendas en el kibutz Kfar Aza recuerdan a las personas asesinadas allí.

El llamado “barrio de los jóvenes”, donde vivían muchos hijos de personas del kibutz o alquilaban fue uno de los sitios más castigados: entraron a cada una de las casas. En un momento, ataron a varias personas con el objetivo de secuestrarlas, pero alguien les avisó que ya tenían suficiente: los ejecutaron.

Shpak, referente del kibutz.

Los residentes tienen opiniones diferentes sobre cuánto demoró en llegar el  Ejército, pero Shpak dice que al menos durante tres o cuatro horas no hubo defensa. Luego, los combates duraron tres días, y recién el cuarto día el lugar quedó “totalmente limpio”.

Él estuvo oculto en un refugio durante 21 horas.

En esta casa vivían dos adultos mayores que fueron prendidos fuego vivos por Hamás. 
En esta casa vivían dos adultos mayores que fueron prendidos fuego vivos por Hamás.

 

Una fiesta por la paz

El plan de los terroristas encontró en un festival de música al aire libre la oportunidad ideal para matar a cuántas personas pudiesen. Miles de jóvenes, despreocupados, sin refugio ni lugar donde escapar. La fiesta Nova, en particular, era una celebración a la naturaleza y la paz.

Como en otros sitios atacados, la alerta comenzó cuando las sirenas sonaron por la caída de misiles. Que no eran decenas, sino miles. Algunos creyeron, en los primeros instantes, que lo que veían en el cielo eran fuegos artificiales como parte de la celebración.

Cuando los jóvenes comenzaron a reaccionar, el lugar estaba lleno de terroristas que habían sitiado el lugar.

El predio donde hace un año estaba ubicada la fiesta, el lugar donde se vendían bebidas o estaba instalado el DJ, hoy es un enorme memorial. Las familias, fueron instalando allí recuerdos y homenajes a sus muertos y secuestrados.

En total murieron en la fiesta y sus alrededores 364 personas y fueron secuestradas decenas de jóvenes. Uno de los asesinados fue Or Ben Hamo. Tenía 19 años. Ya se había ido de la fiesta junto a dos amigos y pensó que estaba a salvo. Pero al igual que decenas de jóvenes, luego de manejar 15 minutos, fue emboscado en una curva sobre la ruta 232, donde un grupo de terroristas se dedicó a matar a todos los automovilistas que pasaron por el lugar. Solo allí fueron asesinados 110 jóvenes.

La historia de Or fue relatada por Dan, su cuñado, que es guía turístico en Israel y acompañó al grupo de periodistas en la recorrida por el sur.

La cantidad de vehículos o restos de automóviles incendiados de víctimas (y algunos de los terroristas), fueron apilados en un predio en la zona de Tkuma. Ese sitio, se convirtió en un cementerio de automóviles y caminar por allí sirve para tener una real dimensión de la magnitud de la tragedia; son miles de vehículos calcinados, destrozados o baleados. Adam Ittah, portavoz de la unidad de rescate explicó en qué consiste ese lugar.

Cada uno de ellos cuenta una historia de horror: la ambulancia en la que se escondieron 18 jóvenes, que murieron cuando los terroristas lo atacaron con granadas y fusiles y de los que quedaron solo cenizas, la del joven que fue y volvió tres veces al lugar de la fiesta para salvar a otros amigos (hoy en el lugar varias personas van dejando piedras junto a su automóvil como indica la tradición judía sobre las tumbas); o la de Ori Danino, que fue secuestrado por Hamás y asesinado a fines de agosto en un túnel con otros cinco jóvenes y cuyo vehículo azul quedó allí, abandonado.

Vehículos de víctimas en un predio en la zona de Tkuma.
Vehículos de víctimas en un predio en la zona de Tkuma.

 

Los desplazados

Los atentados, además de muerte y secuestros dejaron a miles de personas sin hogar: debieron ser evacuadas de sus casas, que fueron atacadas, quemadas y destruidas. Esto ocurrió tanto en el sur, en los lugares atacados por Hamás, como en el norte, ya que el mismo 8 de octubre, Hezbolá comenzó a tirar misiles desde el Líbano. En el norte fueron evacuadas más de 50.000 personas que desde hace un año, están lejos de su hogar.

Deborah Mizrahi, argentina de nacimiento, vivió 35 años en el kibutz de Kfar Aza, hasta que esa mañana llegó la pesadilla.

Durante el ataque, logró esconderse en el refugio de su casa junto a su esposo y uno de sus hijos. Como tantos, pensó que era otra jornada de misiles y sirenas en la cercanía con Gaza, hasta que los grupos de WhatsApp de vecinos comenzaron a llenarse de mensajes: el kibutz estaba lleno de terroristas. Cuando su esposo vio por su ventana al alcalde de la zona armado (fue asesinado minutos después) y ella misma a hombres con vinchas verdes, entendió que lo que sucedía era algo extraordinario.

Su esposo forcejeó la entrada del refugio con los terroristas varios minutos y luego fueron encerrados, seguramente, como ocurrió en otras casas, para luego prenderla fuego. Pero no lo hicieron, algo los distrajo.

Fueron rescatados por el Ejército, en medio de tiroteos, doce horas después.

Los secuestrados

Mientras la población intentaba entender la magnitud de los ataques, otra noticia explotaba: los terroristas se estaban llevando gente secuestrada a Gaza. Las listas de ausentes eran enormes, las comunicaciones ese día eran muy difíciles y los muertos aún se estaban contando. Aparecieron entonces videos que mostraban, de forma cruda, cómo decenas de personas eran llevadas en camionetas o motos hacia el otro lado de la frontera. Se habían llevado secuestradas  240 personas.

Un año después, hubo asesinatos y liberaciones negociadas. Quedan aún 101 personas secuestradas.

Los familiares temen que la situación se “normalice” y luchan contra eso: esto es, que el país y el mundo se acostumbre a seguir adelante, incluso con la guerra en Gaza, sin tener en cuenta que aún hay un centenar de personas lejos de sus casas.

El paisaje de Tel Aviv ha cambiado: la “Plaza de las Artes” se convirtió en el centro de reclamo de los familiares y hoy es conocida como “la Plaza de los Secuestrados”.

Los familiares se organizaron para reclamar por sus seres queridos y las marchas de protesta no han cesado. El asesinato de seis jóvenes a fines de agosto encendió aún más estas manifestaciones, donde se mezcla el reclamo puro por la libertad de los secuestrados y las exigencias y acusaciones al gobierno de Benjamín Netanyahu por no llegar a un acuerdo que termine con esta situación. La sociedad hoy está dividida.

Itzik Horn tiene a dos de sus tres hijos en manos del Hamás. Son los dos jóvenes argentinos que están pintados en un mural en el centro de Kfar Saba, donde están todos los secuestrados de la zona. Fueron raptados del kibutz de Nir-Oz donde Yair vivía y su hermano Eitan lo había ido a visitar.

Su padre se ha transformado en uno de los símbolos de la lucha de los familiares.

Niva Wenkert sufre el secuestro de su hijo Omer, de 23 años. Estaba en el festival Nova. En la mañana del sábado 7, lograron comunicarse por mensajes. Él primero le dijo que estaba protegido, pero luego le contó que estaba “muerto de miedo”: desde el sitio donde estaba escondido con otros 39 jóvenes, escuchaba tiros. Fue lo último que supo de él hasta que vio un video, de los tantos que se viralizaron, en el que se ve cómo se lo llevan en una camioneta a Gaza.

De los 40 que estaban allí, 28 fueron asesinados. Solo Omer fue secuestrado. El joven sufre una enfermedad digestiva crónica y su madre solo piensa en verlo de vuelta.

Aviva Siegel estuvo 51 días secuestrada. Se le llevaron esa mañana junto a su esposo Keith de su casa en Kfar Aza. Vivió una película de terror, que todavía continúa mientras espera noticias de su esposo. Al llegar a Gaza, la metieron en un túnel bajo tierra. “Nunca voy a olvidar la cara del terrorista sonriéndome desde abajo. Era como si fuera la fiesta de su vida. Mi esposo y yo estábamos temblando”.

Pasó días enteros en diferentes túneles sin comida ni agua, sin poder hacer ningún movimiento ni hablar. “Nos convirtieron en nadas”, dice.

Allí vio todo tipo de abusos y golpizas, en particular contra mujeres jóvenes. Y cuenta que quiso morir. ““Me dije a mí misma 'ojalá yo me muera antes que mi esposo”.

Aviva fue liberada en el acuerdo de noviembre, que permitió el regreso de 50 mujeres y niños a cambios de la liberación de presos palestinos.

Su esposo sigue secuestrado y no sabe nada de él.